UN APORTE A LA JUSTICIA PENAL
Lic. Norma Bendersky
Lic. Noemí Bonasera
A través de la historia, las motivaciones últimas del delito han sido buscadas, al menos conceptualmente, en aquello que de intrínseco el autor del delito debía tener. El delincuente era considerado de naturaleza maligna, inclinado hacia el mal o hacia la injusticia, con bajos impulsos, de voluntad inmoral o defectuosa, o con una disposición injusta del espíritu...
¿Cuál argumento hubiera podido por tanto ser invocado para suponer que una persona con tales atributos, o a pesar de ellos, fuera capaz de arrepentirse de su acción delictiva y llegar a cambiar su comportamiento?
A la luz de los conocimientos científicos actuales, cabe plantear que, ante la fuerza de semejantes definiciones, la posibilidad de corrección de la conducta delictiva queda a priori descartada.
Porque si de definiciones se trata, observando la actitud de un televidente que recibe información de un noticiero, apenas aparece el presunto autor de un crimen en la pantalla, un dedo acusador se erige de inmediato hacia él: no hay duda que es un asesino. Y el receptor de la imagen no podrá sustraerse de esa definición. Tampoco podrá creer que el individuo que ve, también es un buen profesional, tierno con los niños, le gusta jugar al fútbol, ama a los animales, visita a su mamá casi todos los días, ayuda a los ciegos a cruzar la calle y, hasta ayer, que mató a su mujer, le servía el desayuno en la cama.
Muchas veces, al aceptar un anunciado, aún de manera consensuada, queda automáticamente restringida la comprensión cabal de un fenómeno complejo, y la palabrita “es” se convierte en el vehículo de por lo menos dos equívocos.
Primero. Confundir ser con hacer; recortar un aspecto de una persona y tratarlo como si fuera la persona total o, de igual modo, darle a un tiempo breve de su vida, la dimensión de su vida completa. Es allí donde algo cambiante se transforma rápidamente en estático. Se crea una realidad y se puede perpetuar un problema.
Segundo. Suponer que el episodio relatado por el periodista, empieza y termina en una misma y única persona: la que se ve o es destacada.
Sin embargo, resulta necesario para poder percibir cierto orden en el curso de los acontecimientos y mantener algún dominio sobre la realidad, poner de relieve determinados datos y oscurecer otros; pero a riesgo de creer que aquellos elementos ofrecidos en primer plano, configuran una totalidad cuando en verdad, sólo representa un componente de ella; es decir, la punta del iceberg.
Científicos de diversas disciplinas han estudiado la organización de los seres vivos en totalidades, enriqueciendo nuestros conocimientos sobre el comportamiento humano, para luego, en el terreno psicoterapéutico, la antropología, la cibernética y la biología, entre otras, aportar sus nutrientes al diseño de un nuevo abordaje en el tratamiento de los problemas psicológicos y de conducta.
Así llega la Terapia Familiar Sistémica, donde la familia es mirada como un “sistema”, término general que designa una totalidad, la cual contiene partes que se influyen entre sí, se relacionan, y se comunican. Toda familia tiene reglas de funcionamiento por las que distingue a sus miembros como pertenecientes a ese sistema único. Por otra parte éstas determinan que cada una sea diferente a las demás. En otras palabras, el todo tiene propiedades que no tienen las partes cuando están separadas.
Una de las tesis que sustenta este modelo, establece que los trastornos del comportamiento no condicionados orgánicamente, son una función de las relaciones humanas y, porque toda persona está incluida en una mayor y compleja totalidad, no se habla de individuos perturbados sino de relaciones perturbadas: el punto de observación se desplaza desde el individuo hacia su interacción con otros. Es referido al contexto que el hecho delictivo deviene como emergente de un problema que trasciende a sus protagonistas, quienes de manera trágica lo ponen de manifiesto, y por el que las instituciones públicas son instadas a intervenir.
Desde este marco conceptual, todo problema de conducta -conducta entendida como comunicación- sólo puede obtener su sentido en aquello que, de específico, tiene el entorno donde se produce. Dicho de otro modo, el comportamiento de cada individuo está sostenido por el de los otros que lo rodean.
En resumen, en una concepción interaccional, para tratar una problemática psicológica o de conducta, es necesario interesar la estructura en la que se originó, con frecuencia la familia, y operar sobre ella, ya que conseguir cambios desde dentro de su organización, se traducirá en modificaciones de cada integrante. La comunicación y la interacción son dos puntos en los que un terapeuta familiar sistémico se detiene.
En casos de delincuencia, como en los de otra índole, el trabajo terapéutico es ofrecido a la familia, cualquiera sea su formato, para posibilitar la búsqueda de alternativas a la secuencia reiterada y disfunciones de comportamientos que llevó a uno de sus miembros al delito, o la conducta-problema, y como intermediación en cada relación conflictiva encontrada dentro del sistema.
Para alcanzar efectos favorables a corto plazo, terapeutas sistémicos han desarrollado una serie específica de estrategias de intervención que sirven de base y son recreadas en virtud de lo particular del modus vivendi de cada grupo familiar. En cuanto a los resultados esperables, mayor beneficio terapéutico y preventivo es posible alcanzar en aquellos casos en los cuales la cantidad y gravedad de delitos cometidos, al igual que la edad de los involucrados, es menor.
Es por lo expuesto hasta aquí que la Terapia Familiar Sistémica, en un punto de convergencia entre Justicia y Salud, es presentada como un recurso más que la Justicia Penal puede utilizar para el Diagnóstico y la Rehabilitación de familias con problemas de delincuencia.
En términos más amplios, al considerar entonces que el delito, como problema de conducta grave desarrollado desde el interior de un sistema, atraviesa por lo común de forma violenta sus propias fronteras, un abordaje sistémico propone, en consecuencia, un tratamiento integral que contemple la articulación de diversas disciplinas e instituciones de la comunidad que, preocupadas por el tema, hagan factible la diagramación y puesta en marcha de programas conjuntos y coordinados de trabajo.
Publicado en “Gaceta del Foro”, Periódico Decano de la Justicia. Año 80 – N° 3752 - Diciembre 1995.-