TEXTOS BREVES

EL CUADRO PATOLÓGICO
TIENE LA PALABRA

Cuando irrumpe un síntoma, un cuadro patológico -a modo de cualquier trance en el cuerpo y la mente- sobreviene también una oportunidad para que un cambio o una mejora ocurran. O un conocimiento se adquiera. Efectos nada despreciables si se aprovecha el mensaje que el síntoma nos da para agregar calidad de vida.
Gracias a su aparición, el síntoma obliga a prestar atención a causas y elementos que se han descuidado, en el organismo y/o en la vida laboral o de relación. Es lo que conviene investigar, de modo integral, para dar con el tratamiento y los cambios adecuados.
Si duele una articulación y es estudiada, podrá surgir que hay un desgaste. En los motivos del mismo se encontrará que, además, se han hecho hasta hoy, movimientos inconvenientes que nadie advirtió ni se corrigieron y que deben suspenderse.
El dolor avisó que esa rutina ya no va más. Desoír esa voz es un atentado contra sí mismo. El próximo aviso será más grave y difícil de tratar.
Un obstáculo, no insalvable, para llegar a un estudio integral del problema se observa en el hecho de quedar restringido a una sola versión de sus motivos. Se estrecha la mirada. El diagnóstico se limita y el tratamiento puede resultar insuficiente.
Hecha esa salvedad, el síntoma -el cuadro patológico- advierte sobre la necesidad de un cambio.
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SE CASA EL NENE
De una pareja que ya piensa en casarse o ir a vivir bajo un mismo techo se supone  que tiene acuerdos firmes y propuestas conversadas sobre la futura convivencia. Pero no siempre ocurre así. Hay parejas que se “tiran a la pileta” sin saber bien en qué condiciones reales se encuentran.
Si hay malestar sobre alguna conducta habitual del otro, creer que cuando estén juntos, por esa sola razón, el problema va a ser subsanado es un mito.
Toda vez que una conducta fue aceptada de entrada, tenderá a repetirse y si no se corrigió de inmediato, no se podrá recurrir después al libro de quejas. Si el proyecto es convivir, deberían quedar en claro cuáles son las conductas inaceptables en la relación.
Si hay diferencias de base en cuanto a donde vivir, de qué debe ocuparse cada integrante, cuanto cariño hay, cuanto compromiso tiene cada uno, si hay dudas sobre las metas, o hay diferencias en las expectativas, en cuanto al entendimiento en general, o sobre algún tema importante, conviene darse un tiempo más e ir aclarando el panorama.
Casarse porque es lo que espera la familia es kamikaze. Apurar las cosas eleva la probabilidad de error.
Las personas que están en estrecho contacto con sus sentimientos, se dan cuenta de cuál es el momento de formalizar un vínculo y de pasar a otro estado vital.
En este contrato de a dos, los elementos constitutivos básicos de una pareja deben ser lo más previsibles posibles para que la confianza no se vea alterada durante la convivencia y se agregue firmeza al vínculo.
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CRÓNICO-VITAL
Una enfermedad crónica en la familia puede “desgastar” los vínculos dañando el normal crecimiento de los hijos.
Se pierde un espacio de salud al impregnarse por una preocupación que no da descanso y la vida familiar gira en torno a ella.
Sea orgánica, psiquiátrica, psicológica o por adicciones, al convertirse en crónica, la enfermedad plantea una distribución de las energías de la familia en función de los hábitos que crea la patología.
En todos los integrantes del grupo hay una cuota de sufrimiento, a veces silencioso, por el deterioro psicofísico progresivo que ven en el enfermo. A su vez tiempo y dinero se escurren. Crece el agobio.
El afectado se siente disminuido y evita salir. Llega a aislarse y, con él, su familia.
En los adolescentes esta situación puede generar una compulsiva necesidad de estar fuera de casa, de escapar.
La familia puede recurrir a opciones saludables de soporte y recuperación, y buscar contención, ya que la angustia también se hace presente o se transforma en reproches, quejas y tensiones que agregan malestar. El grupo familiar debe aprender a convivir con la enfermedad cuando no hay posibilidad de cura completa, de modo tal de poder continuar su desarrollo vital.
En enfermedades agudas, aquellas resueltas en corto tiempo (una intervención quirúrgica, un tratamiento breve), al haber un comienzo y finalización del problema, las perspectivas son diferentes.
La cronicidad, en cambio, exige una actitud de mucha entereza y fortaleza, un sostén, que también -a la larga- tiene un costo.

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VIVIR A LOS CASCOTAZOS

Una vez hecho culto al conflicto, es difícil volver a parámetros de normalidad. Qué es la normalidad? Vivir enfermo o que la enfermedad sea la excepción? Vivir tropezando o que el tropiezo ocurra eventualmente? Vivir con dolor de estómago o sin él?
Es normal vivir sobre un campo minado? Así convertida en estado natural la guerra permanente?
Que el apuro, la preocupación, el brete, el peligro, el apremio, el atolladero, la complicación, la pugna, la discusión, el choque, la confrontación, la colisión, el antagonismo, la discrepancia, la hostilidad, la rivalidad, la tensión o el estrés constante, la desavenencia, el sufrimiento, la disputa, la amargura y el desgaste progresivo se vayan convirtiendo en lo regular de la vida personal se opone a la propuesta de un desarrollo saludable para cualquier ser vivo.
El premio? Mala calidad y corta expectativa de vida.
    Para evitarlo conviene estar atento al proyecto vital que la persona tiene para sí. Como constructor de sus propias posibilidades y de su futuro. A sus maneras obtendrá un camino; su estilo. Como objeto de cuestiones ajenas, quedará fuera de curso.
Es la base para elegir. Convivir en una actitud integradora o vivir a los cascotazos.

Publicados en Recoleta Profesional 2006-2007

Prevenir es cuidar_se

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